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Intolerancia y dictadura del entretenimiento leve
Reality shows monopolizan contenidos
Ten?a que suceder. Con sistemas presidencialistas tan f?rreamente verticales y con claros atisbos de monarqu?as absolutistas en algunos pa?ses de Am?rica latina, la intemperancia de los discursos oficiales impregna y contagia a la sociedad y a sus distintos operadores particulares de diversas y convergentes maneras.
Los m?s obsecuentes y oportunistas hacen seguidismo militante y son m?s papistas que el papa, pero el temor al estigma de ser se?alado como "enemigo" y, acto seguido, a sufrir consecuencias mediante la persecuci?n virtual o concreta generan una necesidad de escapar cuanto antes por la tangente. As? el callar, el mirar para otro lado, el aceptar con mansa resignaci?n lo inaceptable se va convirtiendo en moneda corriente. El sistem?tico resquebrajamiento y manipulaci?n de la estructura constitucional del pa?s va pasando, sin pena ni gloria, al reducto de algunas pocas columnas de opini?n. Y eso es todo.
En cambio, sin que nadie lo haya decidido taxativamente, m?s que la "naturalidad" del enrarecido ecosistema pol?tico que el Gobierno propone y la sociedad acepta, en paralelo dos potentes reality shows televisivos -"Bailando por un sue?o", de ShowMatch (Canal 13), y Gran Hermano (Telef?)- se expanden sin cesar, d?a tras d?a, al multiplicar a su alrededor una red influyente y poderosa en la TV, de m?s y m?s programas sat?lites, cautivos o par?sitos que act?an como permanente caja de resonancia de aqu?llos y que rebota de manera obligada en radios, diarios, revistas y sitios de Internet.
Se califica, con buenas razones, de fr?volos a los a?os 90 cuando la pol?tica se faranduliz? a caballo de la convertibilidad menemista, que nos hizo creer por un largo rato ciudadanos del Primer Mundo. Sin embargo, aun en aquellos a?os dispendiosos, los personajes y los formatos medi?ticos, entonces todav?a incipientes, ocupaban un lugar m?s marginal y no hab?an estallado en la actual met?stasis que est? dejando en grave estado a los contenidos period?sticos al imponer su constante menci?n.
Aunque el ministro de Educaci?n y actual candidato a jefe de gobierno porte?o, Daniel Filmus y el secretario de Cultura de la Naci?n, Jos? Nun, hablen pestes de Gran Hermano -algo, de m?s est? decir, que queda pol?ticamente muy correcto y sin mayores costos-, lo cierto es que en la medida en que este reality y "Bailando por un sue?o" logren mayor atenci?n por parte del periodismo, ser? funcional al gobierno al que pertenecen, a cuya m?xima cabeza, el presidente N?stor Kirchner, como es p?blico y notorio, le revienta que la prensa ose controlarlo y que prefiere que los medios hablen de otra cosa.
La imposici?n sistem?tica y progresiva de lo pasatista va camino de forjar un nuevo tipo de dictadura, m?s ligera y m?s idiota por cierto que las que hemos conocido, pero dictadura al fin por lo que silencia con su ruido bullanguero.
La consigna de la hora parece ser fundir a la informaci?n con el entretenimiento leve en una formidable plataforma publicitaria para crecientes contenidos inocuos.
* * *
Por eso ha sido m?s que oportuno y necesario en este contexto de cierta alienaci?n period?stica y de embotamiento anestesiante de sus contenidos, el estreno, en el teatro San Mart?n, de una nueva versi?n de Un enemigo del pueblo (ver cr?tica en p?g. 2), ese imprescindible y perturbador cl?sico del teatro universal que escribi? Henrik Ibsen hace 125 a?os y cuyas profundas resonancias actuales parecen estar escritas y dichas puntualmente para la actual coyuntura argentina. Su ritmo vertiginoso y la inquietante encrucijada que propone -una voz en soledad que denuncia la contaminaci?n de las aguas de un balneario que nadie, ni la autoridad pol?tica ni el pueblo, quieren ver porque va en contra de sus intereses pol?ticos y econ?micos- inspir? nada menos que a Steven Spielberg para hacer Tibur?n (1975), una de las pel?culas m?s taquilleras de la historia del cine.
Teatro de pensamiento pero tambi?n de acci?n, la accesibilidad de la obra puede resultar muy atractiva para aquellos p?blicos que no se acercan al teatro habitualmente porque lo suponen aburrido y elitista. Y es especialmente recomendable y formador para los m?s j?venes que en dos horas podr?n ver sobre el escenario de la sala Mart?n Coronado una colosal denuncia sobre las bajezas a la que somos capaces los seres humanos, con tal de defender mezquinamente nuestros intereses aun por encima de la verdad. No se trata s?lo de una cr?tica al comportamiento de un gobernante: Ibsen tambi?n apunta hacia el papel de los medios de comunicaci?n y hacia las actitudes corporativas y peligrosas del pueblo cuando se vuelve turba.
* * *
En la notable pel?cula alemana La vida de los otros , que se estren? el ?ltimo jueves, se cuenta de alguna manera lo in?til que resulta un gobierno (tambi?n puede aplicarse a un particular) cuando pretende el imposible de controlarlo todo. En el caso del film que gan? el ?ltimo Oscar a la mejor producci?n extranjera, cuenta la transformaci?n de un agente de la nefasta polic?a secreta de la Alemania Oriental al espiar a una pareja conformada por un dramaturgo y una actriz que se involucra con un jerarca del r?gimen comunista, apenas cinco a?os antes de la ca?da del Muro de Berl?n.
Este af?n por controlarlo todo ?ltimamente tambi?n se viene acentuando en una materia tan aparentemente inocente y ajena a la alta pol?tica como el espect?culo. Las grandes compa??as de cine y de discos arman aparatosas estrategias de lanzamientos y junkets, con inconcebibles pol?ticas de discriminaci?n y privilegios hacia unos medios y otros, en un ostensible intento por disciplinarlos utiliz?ndolos como meros veh?culos publicitarios, en tanto que los canales de televisi?n m?s fuertes mueven sus fichas especulativamente, en claras operaciones en su provecho o en contra de su competencia m?s directa. La contrataci?n clara o irregular de periodistas, encolumn?ndolos en bandos enfrentados, vuelve cada vez m?s artificiosas e interesadas algunas pol?micas superfluas, mientras los temas m?s importantes van quedando de lado sin resolver.
* * *
No llama la atenci?n que en este oscuro contexto (aunque, por cierto, pone otro elemento m?s de preocupaci?n) ahora, en una actitud francamente deleznable, ciertas fuerzas claramente orquestadas -si se analizan la reiteraci?n casi calcada del cariz de sus libelos y panfletos y la coincidencia en el tiempo de su aparici?n- hayan empezado a hostigar a alg?n cr?tico porque no coinciden con sus puntos de vista o porque sangran por la peor herida (la del resentimiento).
Como no les alcanza con expresar democr?ticamente las discrepancias buscan el boicot liso y llano que lo borre del mapa con un empe?o solapado similar al que en los a?os de la dictadura pon?an los que confeccionaban las listas negras con artistas prohibidos. Lo parad?jico es que ahora quienes buscan silenciar una voz a su vez se autotitulan artistas. De verdad, cuesta creerles.
Por Pablo Sirv?n
psirven@lanacion.com.ar
Link permanente: http://www.lanacion.com.ar/902387
Reality shows monopolizan contenidos
Ten?a que suceder. Con sistemas presidencialistas tan f?rreamente verticales y con claros atisbos de monarqu?as absolutistas en algunos pa?ses de Am?rica latina, la intemperancia de los discursos oficiales impregna y contagia a la sociedad y a sus distintos operadores particulares de diversas y convergentes maneras.
Los m?s obsecuentes y oportunistas hacen seguidismo militante y son m?s papistas que el papa, pero el temor al estigma de ser se?alado como "enemigo" y, acto seguido, a sufrir consecuencias mediante la persecuci?n virtual o concreta generan una necesidad de escapar cuanto antes por la tangente. As? el callar, el mirar para otro lado, el aceptar con mansa resignaci?n lo inaceptable se va convirtiendo en moneda corriente. El sistem?tico resquebrajamiento y manipulaci?n de la estructura constitucional del pa?s va pasando, sin pena ni gloria, al reducto de algunas pocas columnas de opini?n. Y eso es todo.
En cambio, sin que nadie lo haya decidido taxativamente, m?s que la "naturalidad" del enrarecido ecosistema pol?tico que el Gobierno propone y la sociedad acepta, en paralelo dos potentes reality shows televisivos -"Bailando por un sue?o", de ShowMatch (Canal 13), y Gran Hermano (Telef?)- se expanden sin cesar, d?a tras d?a, al multiplicar a su alrededor una red influyente y poderosa en la TV, de m?s y m?s programas sat?lites, cautivos o par?sitos que act?an como permanente caja de resonancia de aqu?llos y que rebota de manera obligada en radios, diarios, revistas y sitios de Internet.
Se califica, con buenas razones, de fr?volos a los a?os 90 cuando la pol?tica se faranduliz? a caballo de la convertibilidad menemista, que nos hizo creer por un largo rato ciudadanos del Primer Mundo. Sin embargo, aun en aquellos a?os dispendiosos, los personajes y los formatos medi?ticos, entonces todav?a incipientes, ocupaban un lugar m?s marginal y no hab?an estallado en la actual met?stasis que est? dejando en grave estado a los contenidos period?sticos al imponer su constante menci?n.
Aunque el ministro de Educaci?n y actual candidato a jefe de gobierno porte?o, Daniel Filmus y el secretario de Cultura de la Naci?n, Jos? Nun, hablen pestes de Gran Hermano -algo, de m?s est? decir, que queda pol?ticamente muy correcto y sin mayores costos-, lo cierto es que en la medida en que este reality y "Bailando por un sue?o" logren mayor atenci?n por parte del periodismo, ser? funcional al gobierno al que pertenecen, a cuya m?xima cabeza, el presidente N?stor Kirchner, como es p?blico y notorio, le revienta que la prensa ose controlarlo y que prefiere que los medios hablen de otra cosa.
La imposici?n sistem?tica y progresiva de lo pasatista va camino de forjar un nuevo tipo de dictadura, m?s ligera y m?s idiota por cierto que las que hemos conocido, pero dictadura al fin por lo que silencia con su ruido bullanguero.
La consigna de la hora parece ser fundir a la informaci?n con el entretenimiento leve en una formidable plataforma publicitaria para crecientes contenidos inocuos.
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Por eso ha sido m?s que oportuno y necesario en este contexto de cierta alienaci?n period?stica y de embotamiento anestesiante de sus contenidos, el estreno, en el teatro San Mart?n, de una nueva versi?n de Un enemigo del pueblo (ver cr?tica en p?g. 2), ese imprescindible y perturbador cl?sico del teatro universal que escribi? Henrik Ibsen hace 125 a?os y cuyas profundas resonancias actuales parecen estar escritas y dichas puntualmente para la actual coyuntura argentina. Su ritmo vertiginoso y la inquietante encrucijada que propone -una voz en soledad que denuncia la contaminaci?n de las aguas de un balneario que nadie, ni la autoridad pol?tica ni el pueblo, quieren ver porque va en contra de sus intereses pol?ticos y econ?micos- inspir? nada menos que a Steven Spielberg para hacer Tibur?n (1975), una de las pel?culas m?s taquilleras de la historia del cine.
Teatro de pensamiento pero tambi?n de acci?n, la accesibilidad de la obra puede resultar muy atractiva para aquellos p?blicos que no se acercan al teatro habitualmente porque lo suponen aburrido y elitista. Y es especialmente recomendable y formador para los m?s j?venes que en dos horas podr?n ver sobre el escenario de la sala Mart?n Coronado una colosal denuncia sobre las bajezas a la que somos capaces los seres humanos, con tal de defender mezquinamente nuestros intereses aun por encima de la verdad. No se trata s?lo de una cr?tica al comportamiento de un gobernante: Ibsen tambi?n apunta hacia el papel de los medios de comunicaci?n y hacia las actitudes corporativas y peligrosas del pueblo cuando se vuelve turba.
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En la notable pel?cula alemana La vida de los otros , que se estren? el ?ltimo jueves, se cuenta de alguna manera lo in?til que resulta un gobierno (tambi?n puede aplicarse a un particular) cuando pretende el imposible de controlarlo todo. En el caso del film que gan? el ?ltimo Oscar a la mejor producci?n extranjera, cuenta la transformaci?n de un agente de la nefasta polic?a secreta de la Alemania Oriental al espiar a una pareja conformada por un dramaturgo y una actriz que se involucra con un jerarca del r?gimen comunista, apenas cinco a?os antes de la ca?da del Muro de Berl?n.
Este af?n por controlarlo todo ?ltimamente tambi?n se viene acentuando en una materia tan aparentemente inocente y ajena a la alta pol?tica como el espect?culo. Las grandes compa??as de cine y de discos arman aparatosas estrategias de lanzamientos y junkets, con inconcebibles pol?ticas de discriminaci?n y privilegios hacia unos medios y otros, en un ostensible intento por disciplinarlos utiliz?ndolos como meros veh?culos publicitarios, en tanto que los canales de televisi?n m?s fuertes mueven sus fichas especulativamente, en claras operaciones en su provecho o en contra de su competencia m?s directa. La contrataci?n clara o irregular de periodistas, encolumn?ndolos en bandos enfrentados, vuelve cada vez m?s artificiosas e interesadas algunas pol?micas superfluas, mientras los temas m?s importantes van quedando de lado sin resolver.
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No llama la atenci?n que en este oscuro contexto (aunque, por cierto, pone otro elemento m?s de preocupaci?n) ahora, en una actitud francamente deleznable, ciertas fuerzas claramente orquestadas -si se analizan la reiteraci?n casi calcada del cariz de sus libelos y panfletos y la coincidencia en el tiempo de su aparici?n- hayan empezado a hostigar a alg?n cr?tico porque no coinciden con sus puntos de vista o porque sangran por la peor herida (la del resentimiento).
Como no les alcanza con expresar democr?ticamente las discrepancias buscan el boicot liso y llano que lo borre del mapa con un empe?o solapado similar al que en los a?os de la dictadura pon?an los que confeccionaban las listas negras con artistas prohibidos. Lo parad?jico es que ahora quienes buscan silenciar una voz a su vez se autotitulan artistas. De verdad, cuesta creerles.
Por Pablo Sirv?n
psirven@lanacion.com.ar
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